dilluns, d’abril 03, 2006

CONSIDERACIONS SOBRE EL TIRANT

CONSIDERACIONS SOBRE EL TIRANT (extret de la revista Magazine de LA VANGUARDIA del 2 d’abril de 2006)

El Tirant es una obra surgida del centro mismo, no de los márgenes, de la sociedad de su tiempo: como el Quijote en otro sentido, o más que el Quijote. Es un producto y un reflejo de la aristocracia urbana de la segunda mitad del siglo XV, y dirigido a un público de pequeña nobleza, de mercaderes y de profesionales, el ambiente en que se movía su autor, el caballero valenciano Joanot Martorell, el cual proyecta en el héroe, Tirant, un orden riguroso de conceptos, valores y modelos caballerescos llevados a la más alta realización: el héroe no será solamente el primero de todos los caballeros de su tiempo (como pretendía ser, ilusoriamente, Don Quijote de la Mancha), sino el que consigue triunfos de dimensión histórica como la derrota definitiva de los turcos, la restauración del imperio bizantino y la conquista y conservación de toda el África musulmana. Su triunfo y su gloria final será el mismo poder imperial, máxima ascensión imaginable. Y el amor de la hija del emperador... valerosamente consumado en la cama. Aquí, en la cama, como campo de batalla, en el erotismo explícito de los héroes centrales es donde Tirant se separa de sus predecesores de novela... y de sus sucesores durante unos cuantos siglos, porque habrá que esperar para encontrar algo equivalente en la gran literatura europea.

Los futuros amantes-combatientes se encuentran por primera en una escena bien poco habitual. Tirant acaba de llegar ala corte de Constantinopla cuando los turcos han vencido a los cristianos, el hijo del emperador ha muerto en combate, y toda la corte se halla en estado de duelo y postración. Pero hace calor, y cuando el emperador entra en las salas de las mujeres a presentar Tirant a su hija, ésta se encuentra sobre un lecho, y con el vestido medio abierto, “mostrant en los pits dues pomes de paradís que cristal·lines parien, los quals donaren entrada als ulls de Tirant, que d’allí avant no trobaren la porta per on eixir, e tostemps foren apresonats on poder de persona lliberta, fins que la mort dels dos féu separació”.

Amores ardientes

Es su enamoramiento fulminante y a primera vista, habitual en esta clase de historias, como ya lo era en la novela helenística. No es habitual, sin embargo, que la “primera vista” sea la de los pechos descubiertos de la doncella ni que sea el padre quien conduzca al caballero hasta el lecho de una hija que presenta una visión tan seductora. A partir de aquí, todo es posible: loas amores ardientes de Tirant y Carmesina, pero también los actos y el lenguaje explícitamente desvergonzados de las nobles damas y doncellas de la corte. O el feliz –y nunca censurado, y que tan increíble resultaba para el canónigo crítico del Quijote- adulterio de la emperatriz con uno de los jóvenes compañeros de Tirant. Una doncella de la corte, la muy noble Plaerdemavida, de nombre tan descaradamente intencionado, será la valedora de los deseos del héroe, la que incita a cumplirlos con todo honor y plenitud y que mantendrá ante Carmesina el principio explícito de la desvergüenza.

Combates en la cama

Del mismo modo que el honor del caballero en el combate depende del valor de sus manos, también, y por los mismos medios, puede conseguir honor y fama en la batalla amorosa. Pero a Tirant le falta valor, y cuando llega al lecho de la princesa “tot lo cor, les mans e los peus li tremolen”. Se retira, por tanto –alerta: Tirant no es ningún Don Juan!-, y Plaerdemavida se da cuenta y exclama: “Quina cosa és aquesta? En les batalles no tenia temor de tots los hòmens del món, i ací tremolau per la vista d’una sola donzella”. Ante los razonamientos ulteriores de Plaerdemavida, Tirant reconoce por fin que su vergüenza, su timidez (cualidades que con tanta frecuencia mostrará expresamente Don Quijote), no son una virtud sino un defecto: “Per mia fe, donzella, vós m’haveu dada més noticia de mos defalts que no ho ha fet jamés nengun confessor, per gran mestre en teologia que fos”.

La ironía es bien visible, y la subversión bien profunda. Y dicho esto, Tirant vence su propia vergüenza, se mete en la cama, y sigue una escena larga y deliciosa que termina cuando la princesa se despierta y el caballero ha de saltar por la ventana. El segundo combate tendrá lugar ya sin temblores del caballero. La princesa, que está dispuesta a todo excepto a lo que podríamos llamar “combate a ultranza”, intenta detener los embates de Tirant con las siguientes consideraciones: “Vet ací aque3stes balances de perfecció: en aquesta part dreta està amor, honor e castedat; e en l’altra està vergonya, infàmia e dolor”. La doncella expone la posición ortodoxa: la pérdida de la virginidad es infamia, vergüenza y deshonor. En la batalla amorosa que sigue, Tirant cede a las súplicas de la doncella y aplaza el asalto final. De todos modos, pasan la noche “jogant e solaçant”, y por la mañana, Carmesina, que tanto ha suplicado para defender su virginidad, afirma sin embargo que: “no volguera que lo jorn fos vengut tan prest, e el plaer meu forra que aquest delit un any duràs o jamés s’acabàs”. El orden de valores de la princesa se acerca cada vez más al de Plaerdemavida, es decir a la subversión total del orden.

La “batalla final” tendrá lugar después del retorno de Tirant de sus aventuras y conquistas africanas. La princesa, esta vez, acude también a la analogía guerrera como arma de defensa: “No vullau usar vostra bel·licosa força”, suplica, “que les forces d’una delicada donzella no són per a resistir a tal cavaller... Deixau porfídia, senyor, no siau cruel,, no penseu açò ésser camp ni lliça d’infels...” Ya no recurre a las ortodoxas razones del honor y la vergüenza, la infamia o la virginidad; ahora adopta el lenguaje de un combate... en el cual sabe que ha de ser vencida. Pero las armas y los ruegos de Carmesina ya no serán defensa suficiente, y “en poca hora Tirant hagué vençuda la batalla delitosa, e la princesa reté les armes...”

El círculo se ha cerrado con la victoria final no sólo del caballero sino del uso “no ortodoxo” de las categorías y los términos de la caballería: un uso insólito, irónico y extremadamente “moderno”. Este uso subvertido del lenguaje (honor, vergüenza, infamia, victoria, fama, gloria, valor, temor...) al principio parecía solamente patrimonio de una doncella algo atrevida de la corte. El mismo Tirant, a pesar de la intensidad de su deseo, se resiste a aceptar la perspectiva de Plaerdemavida, y la princesa se muestra defensora del uso ortodoxo de los conceptos. El triunfo en este campo, más que de Tirant es de Plaerdemavida, de una mujer –y esto es crucial- con ideas típicamente de hombre, y para lo cual no tiene ningún valor la perspectiva tópica “femenina” de la defensa del cuerpo contra los ataques del caballero, es decir contra el deseo: para ella, el honor del caballero, y su gloria, dependen precisamente del vigor y la decisión de esos ataques. En la novela, es la posición inicial de una noble doncella bizantina. En la realidad, quizá fuera la postura vital de un noble caballero valenciano.

En cualquier caso, es el duelo más fascinante de todos los que se llevan a cabo a lo largo de los casi quinientos capítulos del libro. Al contrario que en el Quijote, la vencedora no es ciertamente la ortodoxia moral sino la heterodoxia, no el código ideal sino el código carnal, no el honor enemigo del placer sino el placer convertido en honor.

Con la distancia de un siglo largo entre uno y otro, entre Tirant y Don Quijote, entre Joanot Martorell y Miguel de Cervantes, resultaría muy interesante profundizar en las razones del contraste. En la materia que aquí he comentado y puede que también en algunas otras, la comparación conduciría más de una conclusión sorprendente.

JOAN FRANCESC MIRA (abstract de l’article TIRANT LO BLANC, EL CABALLERO DEL HONOR Y EL PLACER, dins EL MAGAZINE DE LA VANGUARDIA, 02-04-2006)